Silencio



A un tiempo Silencio es una película de Martin Scorsese personal y atípica. Gira entorno a personajes y temas recurrentes en su filmografía, aunque sean mostrados con un estilo visual mucho más austero y sobrio del que acostumbra. Silencio puede ser a la vez una evidencia de la validez de la noción de cine de autor, así como un ejemplo para rebatirla, ya que el filme reitera rasgos reconocibles de las historias del director estadounidense con un estilo que precisamente no tiende a encajar con las formas que han identificado a Scorsese. Si se quiere, su más reciente largometraje es una anti-summa que condensa las preocupaciones del director de una forma ascética (en la medida en que pueda considerarse a Scorsese un asceta). Por lo demás, Silencio es atractiva dado que muestra un conflicto de fe en todo su patetismo. En otras palabras, es un filme que crece con el tiempo por presentar con inusitada consistencia el drama que sufre un creyente en un mundo en que su fe parece no tener asidero alguno.




La producción del largometraje fue tortuosa y tortuoso es el calvario que relata: la búsqueda que emprenden los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garrupe (Adam Driver) para encontrar a su otrora mentor, el padre Ferreira (Liam Neeson), de quien se rumora ha apostatado. Las complicaciones del rodaje ya han sido suficientemente reseñadas, lo que contrasta con la relativa sencillez de su narración. En Silencio, Scorsese decide utilizar un acercamiento más transparente y, digamos, convencional. Son puntuales, por ejemplo, las escenas en que Scorsese utiliza la cámara lenta. En el largometraje se confronta a los protagonistas ante eventos que cuestionan sus creencias. El Japón del siglo XVII es un lugar hostil para los católicos conversos y para aquellos que buscan esparcir dicha fe. Es, sin exagerar, otro universo en que la trascendentalidad del cristianismo se enfrenta a una concepción de lo real distinta. El filme narra la tensión entre una y otra visión desde la perspectiva de los misioneros católicos. Los protagonistas son auténticos hombres de fe, lo que debe tenerse en cuenta como un elemento más en el intento de fabular –y no hacer el papel de historiografía– de la película: una que se encuentra dentro de las narraciones sobre el encuentro de dos civilizaciones que cuenta con ejemplares excepcionales y contrahechos como El corazón de las tinieblas o 1492: la conquista del paraíso. Silencio es una notable adición porque sabe contar el relato del conflicto interior de sus protagonistas siendo fiel a un modo de hacer el cine en que se procura mostrar aquello que se llama realidad según las claves del realismo.


Una escena puede ser iluminadora sobre el tipo de logro que es Silencio. Garrupe y Rodrigues desafían el consejo de los pobladores, quienes los ocultan en el día para que no sean vistos por las autoridades, y salen a tomar el sol. Descansan como un par de presos que no han podido salir por meses de su encierro. En los aires ven a un ave, un buen presagio, dice Rodrigues. Garrupe todavía medita en lo que dice su compañero cuando el vuelo del ave le revela que unos silenciosos observadores los han estado acechando. Mientras Rodrigues ve en el ave un símbolo, la película también lo registra como un animal carente de todo valor simbólico. Un ave nos ofrece una premonición, pero también no es más que un ave. Silencio articula ambas nociones, nociones que precisamente se ven en conflicto dentro del drama: una cristiana y otra pragmática. Scorsese ha sido un realizador que se ha destacado por mostrar un cine fuertemente atado a lo real, lejano a las elucubraciones filosóficas. Un director que uno no puede encajar a primera vista con los mundos de los filmes de Dreyer, por ejemplo. Y aun cuando la religiosidad sea un tema repetitivo en sus películas, su cine es indudablemente terreno. Por ello, paradójicamente, Silencio sobresale. La fe de los sacerdotes contrasta más en esa realidad en que no parece haber lugar para la fe, debido a que se establece un diálogo constante entre una religión y una realidad disímil, entre lo canónigo y lo secular. El largometraje sintetiza a ambas visiones en una sola imagen hasta que, en el desenlace, Scorsese prefiere imponer sus convicciones para soportar el horror que produce para el creyente el relato. El autor traiciona al filme, que de otro modo sería un ejemplo perfecto del cine como modo de hacer visible a lo real, como modo de hacer visible la Historia –desde la ficción. En cualquier caso, Silencio es, sin que suene altisonante, magnífica. Una película que podría darle vida a la idea del cine de autor y a su vez rebatirla, una en que reconocemos las obsesiones de un director en una forma completamente desusada. Aferrarse al cine de autor tiene un dejo de credo religioso, no está de más acotar. Para adaptar a Gombrich, uno podría decir que en el cine solo hay películas, no autores. Silencio puede confirmar esta afirmación y negarla. Al margen de mis especulaciones, el largometraje es un destacable ejercicio de narración que confronta dos realidades en una perfecta amalgama.

 
 



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