Carol



Carol comienza con un encuentro inesperado. Dos mujeres hablan en un restaurante. No parece que haya nada extraordinario. No obstante, cuando el encuentro termina por la irrupción de un extraño, algunos gestos cohibidos ya dan indicios de que hay algo más. Podemos empezar a suponer los motivos, podemos intentar predecir lo que pasará, así como adivinar lo que pasó. O pasarlo por alto, como el extraño que interrumpe a las mujeres. Las dos mujeres, Therese y Carol, están inmersas en una apasionada relación. No es evidente, sin embargo; no solo porque las apariencias engañen, sino porque cada encuentro también cifra algo de misterioso e impredecible. La más reciente película de Todd Haynes es un magnífico melodrama que logra dar una imagen sobre cómo se vive un enamoramiento. Y es que su comienzo subraya que antes que una corriente historia de amor, el largometraje avanzará como un misterioso romance, sembrado por las inquietudes frente a las personas que apenas conocemos y las constricciones sociales de la época en que se encuentra ubicado. Sensorialmente el espectador siente todo lo que implica el comienzo de una relación amorosa. Carol es un soberbio film que embriaga los sentidos y da vida genuina a un enamoramiento. Evocativa y emocionante, la película parte de una historia íntima para entregar toda una anatomía de un romance.


Nueva York. 1952. Therese (Rooney Mara) trabaja temporalmente en la sección de juguetes en un almacén durante la temporada navideña. Vive con un amigo (Jake Lacy) que quiere casarse con ella. Therese apenas le lleva la corriente. De hecho, es en el almacén que casualmente conoce a Carol Aird (Cate Blanchett), una acomodada mujer que está en pleno proceso de divorcio y a la espera de que definan quién quedara con la custodia de su hija. La atracción es palpable. Carol compra un tren por sugerencia de Therese, al salir sus guantes quedan sobre el mostrador y se vuelven la excusa para que se vean de nuevo. Paulatinamente se enamoran, aunque esto les conlleve problemas. En particular para Carol, ya que su esposo Harge (Kyle Chandler) le impide ver a su hija como estrategia para obligarla a que regrese junto a él. El largometraje contiene los elementos típicos de un melodrama, si bien mezclados con el suspenso de un thriller y la representación realista de la vida estadounidense de los 50. Haynes y su guionista, Phyllis Nagi, son fieles al espíritu de la novela de Patricia Highsmith en que se basan, al tiempo que les añaden sus propias preocupaciones. La película es tanto una inteligente adaptación, como un mundo independiente que desde nuestra contemporaneidad lee lo que en su época fue un libro escandaloso. El director estadounidense enfatiza en la experiencia misma de una relación amorosa, contradictoria y múltiple, y nos busca sumergir tanto en ella como en la vida de sus dos protagonistas. Y como historia de amor, Carol es una a la que sí le cabe el pomposo título de obra maestra.


Los amores prohibidos se suelen dar para un tipo de melodrama que tiende a repetir fórmulas trilladas o excesivamente vistas. Haynes no restringe ninguno de los elementos típicos del género y, sin embargo, los imbrica con una situación histórica específica al punto que las fórmulas no correspondan únicamente a convenciones propias del género, sino a elementos específicos del contexto. Así, el personaje de Harge no es un caricaturesco antagonista que intenta impedir la relación entre las dos mujeres, sino alguien que espera regresar con su esposa y evitar todo aquello que se ve como inmoral. La película sabe fundar en la situación social de una comunidad específica los rasgos típicos del género. O dicho de otro modo, se trata de una visión realista del melodrama. Carol entrelaza a su historia de amor, además, con un suspenso que llega a tener visos de cine negro, mientras que usa secuencias para la descripción de las costumbres teñidas con acidez e ironía. El director estadounidense combina diversas referencias y estilos en una historia que a pesar de partir del género llega a ser una narración inclasificable. Tendencias y aproximaciones formales de los 50 son asimilados para que dentro del largometraje se vuelvan recursos expresivos de la sensibilidad abierta del proceso de enamoramiento. El director moldea su film al punto que las convenciones se ven regeneradas como si fueran una nueva piel, ajustadas de acuerdo a las necesidades puntuales del relato.


En el largometraje se alternan secuencias de refinamiento audiovisual con otras de narración más "prosaica". Por ejemplo, la primera vez que Carol lleva a Therese a su casa es casi impresionista, la sugerente fotografía de Edward Lachmann combinada con la música de Carter Glass intentan traducir la ensoñación de quienes están enamorándose. A continuación, cuando ya están en la casa y su idilio es interrumpido por una inesperada visita de Harge, el tono se hace más realista, crudo e irónico. Carol consigue hilar sin fisuras ambos tipos de narración, debido a que las integra con un solo objetivo: reproducir la experiencia amorosa de una pareja en un contexto histórico. Por lo demás, el uso que hace Haynes de imágenes similares a las de la fotografía de Saul Leiter tiene como propósito el darle matices a lo que de otro modo sería una anodina historia de amor: la soledad se hace evidente cuando Therese observa tras un vidrio empañado la silueta borrosa de las transeúntes que pasan, por nombrar un caso puntual. Haynes da todo un sentido vital a estas imágenes como lo hicieran Edward Hopper y Michelangelo Antonioni para mostrar el aislamiento y la alienación de sus personajes respectivamente. El director tiene la habilidad para convenir en su película tanto la soledad y la búsqueda de identidad de sus protagonistas (pues sabe que también la soledad y la búsqueda por averiguar quién es el otro y quién es uno mismo es parte de una historia de amor), como su encuentro amoroso propiamente. Al modo en que ya lo hacía  como culminación de un acercamiento Wong Kar-Wai en Deseando amar Carol logra con su expresividad audiovisual la concreción de toda una sensibilidad, de la misma manera que sabe dar cuenta de tensiones sociales que rodean el romance, lo que la enraíza con un tipo de realismo. Y, por supuesto, el que tenga a disposición un reparto sumamente convincente, encabezado por la elegancia frágil de Cate Blanchett y la serena extrañeza de Rooney Mara, dan credibilidad a una película que, además, cuenta con el detallado diseño de vestuario de Sandy Powell (que no sirve sencillamente para dar verosimilitud, sino para concretar un modo de expresión a las sensaciones que dominan la cinta). En definitiva, la capacidad para enriquecer con capas de significado a un relato reconocible, así como la de comunicar un amplio espectro de emociones por toda una conjunción de destacables colaboraciones, son las características que hacen de Carol un film sobresaliente.


Terminemos volviendo a ese encuentro inesperado que abre el film. Se trata de una transparente cita que relee a Brief Encouter, la magistral película de David Lean. Haynes no está meramente actualizando el largometraje del director inglés, intertextualmente observa la sinuosa naturaleza de las relaciones amorosas y las traslada a un nuevo relato. Carol se ancla en un presente en el que conocer a quien se desea no solo es materia para el melodrama, también alimenta un thriller e introduce las relaciones y conflictos de alguien enraizado en un momento particular de la historia. Durante el metraje se percibe la expectación e ignorancia frente al otro, se ve la ensoñación que se deriva de enamorarse. El director da unidad a todas las soberbias colaboraciones con que cuenta a través de una trama ligera e identificable. Carol, más que una película sobre lo que creemos es una historia de amor, es un intento por hacer experimentar lo que significa vivir una relación amorosa en una sociedad que la discrimina. No quiere decir esto que busque ser llanamente una recreación histórica; la película, paradójicamente, parece una de los 50 en la que se han incluido sofisticadas secuencias y recursos de tendencias audiovisuales posteriores. El film sobresale al recordarnos las diversas emociones que se nos presentan al conocer a alguien, al enamorarnos, con todo el misterio y el dolor que ello conlleva. En conclusión, Carol es todo un banquete para los sentidos, tanto así que la recordamos como si fuera la evocación de emocionantes huellas de una historia real.
 




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